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Influencia de la espiritualidad en el teatro dominicano.

  • Writer: LA OTRA PIEDRA
    LA OTRA PIEDRA
  • Mar 19, 2020
  • 5 min read

Updated: Mar 27, 2020

Por Charismel García Medina


No existe duda de que hay algo de sagrado, algo de profano y mucho de peligroso en el teatro.

Lo sagrado, escondido en las raíces del teatro, en el mismo origen de su celebración, aquel festival al dios borracho y juguetón... Ese elemento sacro; escondido, pero latente, latente al ritmo de los corazones de los actores; que parecen una fiesta de palos antes de subir al escenario, latente en el silencio del espectador que aguarda por una experiencia en completa oscuridad, con la respiración pasiva, casi como se prepara para recibir algún sacramento; latente en la entrega del alma y el cuerpo de una actriz que se desarma en cada acción milimétricamente medida, estudiada y ensayada , que parece poseída por alguien que vive solo por y para el imaginario, pero que gobierna su cuerpo con una fluidez angelical. 


Ese elemento sagrado de un teatro que se construye en el amor de la gente, por amor a la gente y ¿Hay acaso alguna cosa más sagrada que el amor? 


Lo profano del teatro, reside en sus cimientos, se construye renunciando y transformado, saliendo del círculo de la comodidad cotidiana e ingresando en un círculo mágico, que va más allá de una religión establecida, que busca el disfrute de un cuerpo declarado pecado. El teatro profesa la exploración de pasiones profundas y fuertes, sacude el espíritu del actor, y del espectador bailando al son de un semidiós que escribe la vida y muerte del personaje, sus dificultades, sus defectos, sus virtudes, con las que el espectador se identifica o de las que se divorcia, pero con las que de igual forma se involucra. 


Lo peligroso del teatro es lo humano, y para los humanos jugar a ser dioses; aunque divertido, es igualmente mortal, jugar con las pasiones casi siempre termina en tragedia, en el escenario y en la vida cotidiana y el teatro despierta pasiones, es un arma de doble filo, que puede moldear, educar, o manipular y traicionar, ha sido utilizado por la religión tradicional, por la política incluso por el propio creador, por el artista, para satisfacer necesidades egoístas y misántropas. Pero también ha ayudado a construir naciones, ha derrumbado muros, nos ha reconectado con nuestras raíces más profundas y ha salvado vidas, les ha dado un propósito, un por qué y un hacia dónde. 


El teatro tan puro o tan oscuro como lo queramos nos moviliza, nos hacer pensar, nos mantiene vivos. 


“Eugenio Barba dijo: ¿Qué hacer con el teatro? Mi respuesta, si tengo que traducirla en palabras, es la siguiente: una isla flotante, una isla de libertad. Irrisoria, porque es un grano de arena en el torbellino de la historia y no cambia el mundo. Pero es sacra, porque nos cambia a nosotros." 


Lo sagrado del teatro reside en su espiritualidad, la espiritualidad del actor, del dramaturgo, del espectador; impregnados por su cultura, por su folklore, por esas raíces que nos mueve el teatro.


¿Pero, que influencias rituales y religiosas podemos destacar en el teatro dominicano, de donde provienen?

Un gran aspecto de la espiritualidad dominicana es la Santería. Esa mezcla de cristianismo, costumbres los nativos de la isla hoy llamada Republica Dominicana, y la fe de los esclavos yoruba; gente de África Occidental. 


Como los yorubas no podían practicar su fe en el Caribe, unieron su fe Orica, con la de los verdugos adoraban en secreto. Sus deidades eran adoradas junto con los santos católicos. La religión de los yorubas se convierte entonces en Santería.

Tomando entonces, como precedentes los apuntes de la antropología teatral, que estudia al hombre a través del teatro y analizando el teatro dominicano desde sus protagonistas, no es difícil ver las influencias espirituales en el arte dionisiaco.


La danza yoruba, que se refleja en los movimientos en el escenario, en las posturas normalmente adoptadas por los actores en el proceso de creación de personaje, las espaldas curvas, voces desgargantes, estados de aparente embriagues en momentos de euforia, los “los ojos de loco” del actor que entra en trance. El constante temblor del actor poseído por el muerto, el actor como caballo del personaje. La selección musical, el manejo de las luces, los recurrentes tambores como parte de la propuesta musical y por supuesto, la inclinación del teatrista dominicano a defender lo suyo, su negritud y sus ritos, su catolicismo cuasi pagano, santero, su Santa Marta. Todas presentes en los rituales religiosos de nuestros antepasados y nuestros contemporáneos más devotos.


El teatro dominicano, que busca sus raíces en entrenamientos con música de palos, que prende velas y suena campanas antes de cada función, que pone agua florida en su cuerpo antes de salir a escena. El teatro dominicano que como dice Pedro Henríquez Ureña en sus “Seis ensayos en busca de nuestra expresión” “Tiene el derecho y la libertad de pasearse y acudir a las costumbres de sus ancestros sin miedo a ser llamado copia”. 


El teatro dominicano, siempre de la mano de sus creencias, de sus mil religiones, de su lengua yoruba que en la santería sincretiza con el Santo Niño de Atocha o con san Antonio de Padua.


La espiritualidad Dominicana, toma presencia en el teatro dominicano, cada vez que en un taller de teatro, el calentamiento se hace con música de atabales, cada vez que un actor consciente o inconscientemente construye la verdad desde las caderas, cada vez que un director pide una luz amarilla para ilustrar riqueza o abundancia, (Anaisa o Oshun) cada vez que en una obra teatral sentimos escalofríos al escuchar truenos y lluvia en el monologo de alguna actriz que busca algo de simpatía o que sufre frente a nosotros(Yemayá, o el rey del agua ).


El teatro dominicano refleja su espiritualidad cada vez que un personaje suena campanas en el escenario “para despertar las animas”, cada vez que cantamos una salve en escena, cada vez que en una propuesta teatral, vemos alguna abuela tirando al suelo un poco del café, “para los santos”, cada vez que como solución escénica en caso del velorio, vemos mujeres vestidas de negro con una imagen de la virgen en los brazos, rezando al difunto (velar los cuerpos presentes, nunca ha sido una costumbre Europea).


No puedo recordar alguna obra, en la que no haya presenciado algún símbolo religioso, o alguna mención referente, puedo justificar así mi inclinación (la del teatro que disfruto más profundamente) hacia el realismo mágico, que abre tantas puertas a la libertad creativa, a la invocación de fuerzas sobre naturales y a la presencia de alguna fuerza superior que se opone o favorecer los intereses del héroe o el villano.


Desde donde yo lo veo, el teatro dominicano es tremendamente espiritual, y no necesariamente religioso.


La espiritualidad dominicana, esa conexión con lo sagrado y esa tendencia a lo profano refleja su naturaleza más profunda en un teatro tan moldeable y tan real como los esclavos que escondieron sus deidades detrás de los santos de otros, escondiendo a simple vista su conexión, pero un poco de atención basta, para descubrir las deidades, los santos, los Oricha escondidos en la próxima obra que se preste para el disfrute.


Desde mi punto de vista partículas las influencias afro ascendientes son obvias necesarias, no solo por el carácter espiritual y ritual que le concede al teatro, también por la conexión con nuestro pasado y el vínculo con nuestros ancestros que nos ofrece.

Charismel Garcia Medina.

Estudiante en término de la Lic. En teatro, mención actuación de la universidad Autónoma de Santo Domingo.


Se mudó a Santo domingo en 2015 con cero conocimientos de teatro, pero con un deseo indescriptible de estar en el escenario.


Primer trabajo teatral: Un ejercicio de creación en clase de expresión. "La capa." Un personaje de ficción creado a partir de un objeto inanimado que le dio más vida a su llama teatral.


Actualmente forma parte del Laboratorio Teatral Tinta no Palco, dentro de los trabajos más memorables dentro de la universidad están el Monólogo de una madre, ejercicio de creación a partir del texto de Dario Fo. "La violación" de Franca Rame. Y "Luvina", adaptación del texto homónimo de Juan Rulfo.


Siempre inclinada a la dramaturgia, trabaja en su primera obra de autoría que aspira a llevar a las tablas a finales de año.

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