“Postales para la amargura dominicana”.
- La Otra Piedra
- 28 mar 2022
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 4 abr 2022
Por: Madeline Abreu.

La actriz, directora y dramaturga dominicana Robelitza Pérez; motivada por el Caribe, la música, nuestros cuerpos y las formas de hablar, nos trae la obra de teatro “Postales para la amargura dominicana” bajo su productora teatral “Producciones Pavo Real”.
Una puesta en escena contemporánea muy particular en diversos aspectos. Interpretada por tres jóvenes actrices comprometidas y versátiles que enérgicamente han dado vida a estos personajes femeninos que fungen también como avatares de otros distintos personajes que van naciendo en la trama; Yelidá Diaz, Laurent Rojas y Glenis Valoy.
Esta obra hace que el espectador conecte, y le insiste a tomar decisiones donde incluso termina participando de ella, porque, de hecho, se espera algo de él desde los diálogos y discursos ofrecidos. Le conducen a la toma de conciencia y lo hace sentir identificado con su mismo modus vivendi afincado en el Caribe, representando libremente las distorsiones de la estructura social Latinoamericana, desde un país ubicado en el mismo trayecto del sol, República Dominicana.
Lo cierto es que muy pocas veces se pone en escena una radiografía de nuestro país. Los montajes conocidos casi no apuestan por representar la particularidad y luchas de este territorio que habitan. No es que no existan, pero hacen falta más discursos escénicos que apadrinen nuestras luchas y realidades desde la honestidad.
Robelitza Pérez comenta que la obra parte de un momento de su vida en donde se cuestionaba que era ser dominicano o dominicana. Existe importancia en contar las vivencias personales y particulares, ya que estas se vuelven en los discursos más universales y trascendentes, unen a los seres humanos y pueden ser adaptables a cualquier país.

La dramaturga tuvo el coraje de escribir la verdad dando como resultado una obra rebelde, irónica y altamente reflexiva. Una obra que pone en tela de juicio nuestra psicología, nuestras condiciones, la mentira (la que nos decimos a nosotros mismos), nuestra cultura e identidad, nuestra opresión. Cuestiona lo que es ser dominicano ayer y hoy. Cuestiona la felicidad que culturalmente se nos atribuye y que falsea todos los días, cada vez que amanece.
Una de las principales características de su propuesta es la de un teatro narrativo, en el marco de una dramaturgia no Aristotélica, es decir, que rompe con las tres unidades de espacio, tiempo y acción, y que particularmente opta por estar dividida en “postales” (escenas), cada postal con su historia y situación con un alto sentido del humor.
Al dominicano le gusta mucho reírse de él mismo.
Su dramaturgia roza y abraza la doctrina filosófica Pesimismo Literario, la cual sostiene que vivimos en el peor de los mundos posibles, un mundo donde «el dolor es perpetuo» y nuestro destino es tratar de obtener lo que nunca tendremos.
Pero “Postales para la amargura dominicana” no solo se permite negar el progreso de la civilización y de la naturaleza humana reflejado en esta doctrina, sino que, confronta a la audiencia con esas situaciones donde “debe haber cambios”, lo resalta para que sea aún más visible y no nos perpetua a ella. El espectador no es un mero consumidor, toma decisiones a favor o en contra de lo que ve, transformándose en un "espectador productivo", permitiéndole desarrollar un sentido crítico para llegar a sus propias soluciones.
Trae a escena esa crianza e impronta dominicana de supervivencia, desde donde nos condenan a una lucha sin sentido con la popular frase:
“Si te cae, te bua a da encima del golpe”
Esa idea de resistencia que se nos siembra en la psique desde pequeños, en donde no podemos fallar, ni equivocarnos aún vivamos fallando y equivocándonos. Donde si fallas la sociedad te golpea nueva vez donde fallaste. Una sociedad que no te apoya en lo absoluto ni te enseña el mejor camino, pero te violenta y condena sino lo logras.
Claramente se puede leer las influencias de este montaje, vienen de grandes fundamentadores y paradigmáticos del teatro Europeo y Latinoamericano como lo son Bertold Brecht y Eugenio Barba.
En esta obra identificamos a Brecht desde su técnica del distanciamiento, en donde las actrices a menudo interpelaban directamente al público sin estar interpretando su personaje (rompían la cuarta pared), y las cuales, también interpretaban múltiples papeles.
Por otro lado, vemos el recurso Bretchtiano del “Gestus” una actitud física o un gesto que representa la condición del personaje independientemente del texto. Esto visto múltiples veces en las interpretaciones, donde, por ejemplo, en vez de llorar, se reían desenfrenadamente mientras contaban un hecho o situación que motivaba a llorar.
Discute sobre las últimas designaciones y discriminaciones sociales como los denominados “popi y wawawa”. Sobre el privilegio que tiene uno y le falta el otro, sobre el racismo que aún no se detiene.

Pero dentro de la obra ¿Qué significa la amargura?
Una pregunta que ha sido el hándicap de esta trama teatral. Ha sido entregada al público para que él mismo participe y las responda al finalizar la obra, es una cuestión que aparenta fácil de responder pero que se dinamiza en cada respuesta que se escucha, ya que parte de experiencias y vivencias muy distintas.
“La amargura es algo que todos llevamos dentro. Sobre los dominicanos, mucho se ha dicho de la alegría y felicidad de nuestro pueblo, sin embargo, es un país permeado por la desigualdad, el dolor, la pobreza, así que creo que puse el dedo en la llaga para explotar esa amargura”. Robelitza Pérez.
Potenciando la idea de la amargura, se sostiene con la música de amargura por excelencia dominicana; la bachata. Esa bachata vieja y rural, sin el uso de sintetizadores, de nuestros campos, en los paradores donde la gente toma ron para olvidar sus penas y problemáticas, la que vivieron nuestros abuelos y bisabuelos, y que ahora también existen en la ciudad y en la urbe, pero ahora suelen llamarse “Liquor Store y Colmadones”. Una dualidad generacional presente, en el mismo instante que le hace tributo a un género que es propiamente dominicano y que es Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Los personajes, muy dominicanos. No es una obra contaminada culturalmente. Es donde sentimos la impronta de Eugenio Barba cuando sitúa la Antropología teatral. Esto se pone en marcha en las interpretaciones y el estudio profundo de nuestra propia cultura; la forma de movernos, nuestra música y nuestro baile, nuestra idiosincrasia y manera de hablar, nuestros gestos. Las jóvenes actrices han respondido desde sus interpretaciones a cada guiño propio de nuestra identidad.
Dentro de la antropología teatral, el actor también es pensado como actor- bailarín, y el teatro es teatro-danza muy visible en las partituras y en los bailes de bachata y dembow llevados a cabo en estas escenas.
“La amargura está ahí, no es que queramos verla o sentirla, pero está ahí, tal vez desde el principio de esto que llamamos historia, este es un pueblo único, multicolor, con sus playas y palmeras, pero también es lo otro, lo que se oculta como cucarachas debajo de las piedras, lo que no queremos nombrar, la historia triste, amarga, maquillada, disfrazada” .
Externó Robelitza Pérez en su primera temporada de presentaciones para la sección de Entretenimiento del Diario Libre.
Esos aspectos que expone en dicha editorial, están presentes en cada valor semiótico de las tendencias visuales que ha abordado, brindando una experiencia cercana a lo sensorial.
Dicho esto, importante es la presencia del recurso audiovisual. Desde un proyector se visualizaban videoartes de tendencia socio-conceptual e intimistas sobre la superficie del único elemento escenográfico de la obra; una mesa rectangular, elaborados originalmente para la obra por Daniel D' Meza.
En cuanto al vestuario, de tendencia minimalista, pero muy simbólica y natural, cada personaje con una blusa de color distinta significando la bandera tricolor dominicana y pantalones de tela color kaki, tal como lo lleva el uniforme escolar público.
Las actrices, llevaban en el pelo un “tubi” toda la obra, una tendencia que no puede ser más dominicana. Muy vistos en nuestros barrios, llevados por las mujeres para poder mantener su pelo procesado “lacio” toda la semana sin que se le altere, comunicándonos con este gesto semiótico la falta de aceptación y apropiación de nuestra identidad afrodescendiente.
Yelidá Diaz, Laurent Rojas y Glenis Valoy jóvenes actrices egresadas de la Escuela Nacional de Arte Dramático de Bellas Artes, han trabajado para lograr personajes divergentes, experimentando con múltiples tipos de voz, inflexiones y entonaciones. Dominan el espacio casi vacío con propiedad. Desde su vínculo triangular se han visto fuertes en la escena, orgánicas, con una buena dicción y dominio corporal, desde un agotamiento que correspondía a la energía propia del bucle de cansancio que estaban adentrados sus personajes.
El público disfrutó desde un humor negro, el placer de observar el comportamiento del dominicano y sus consecuencias con sentido crítico y constructivo, imaginando otros comportamientos posibles diferentes al presentado; de este modo, se les animó a intervenir en esa estructura para modificar la realidad.
La obra cuenta con la colaboración de Nehemías Reyes en el diseño, la fotografía de Gea Suzaña, vestuario y asesoría de escenografía de Mary Cruz.
“Postales para la amargura dominicana” se encamina a que el escenario sea una parábola de la vida, no su imitación. Propone sutiles contradicciones, profundos análisis sociales y culturales, acompañados en diversas ocasiones de climas de humor y juego desde un Caribe carente en el desarrollo de políticas públicas que contribuyan a su desarrollo social, educativo, cultural y económico, aún en pleno siglo XXI.
“El Caribe y su mágico universo es algo que me gustaría seguir descubriendo y explorando”.
Robelitza Pérez.
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